El Palacio de Deportes de Málaga, 25 años después
En las páginas de este mismo periódico, en octubre de 1996, se publicaba un artículo con el título “Un nuevo Palacio de Deportes: un proyecto necesario para Málaga”. En el marco de la estela del “fenómeno Unicaja Baloncesto” del año anterior, con Javier Imbroda como entrenador, el Club de Los Guindos se convirtió en el catalizador de la reivindicación de una infraestructura a la altura de las necesidades deportivas de una ciudad como Málaga. Los cimientos del nuevo Palacio de Deportes se pusieron en el mítico pabellón de Ciudad Jardín, hoy “Alfonso Queipo de Llano”. A su palco acudía, a dar su apoyo al equipo de baloncesto, un concejal del Ayuntamiento de Málaga llamado José María Martín Carpena, cuya vida fue segada trágicamente por una abominable acción terrorista grabada en la memoria.
Tras una prolongada e intensa campaña, la iniciativa encontró respaldo entre los partidos políticos que concurrían a los comicios autonómicos de 1996 y, posteriormente, también en el gobierno regional de coalición. Después de una inauguración -de forma sobrevenida- prematura en septiembre de 1999, su puesta en funcionamiento definitiva hubo de demorarse hasta octubre del año 2000, pocos meses después del asesinato de Martín Carpena.
Es cierto que la construcción de un palacio de deportes con una dimensión según estándares avanzados era una condición esencial para el desarrollo del proyecto deportivo del Club Baloncesto Málaga, pero, sobre todo, se concebía como una infraestructura que permitiría elevar el estatus de la capital como anfitriona de eventos deportivos, culturales e institucionales de alcance internacional. Existía la percepción o, más bien, la intuición de que se trataba de un proyecto con una rentabilidad económica y social potencial. Un logro que, como la provincia de Málaga ha demostrado respecto a infraestructuras colectivas de diverso tipo, podía ser alcanzable. La mera relación de eventos y acontecimientos celebrados en el Martín Carpena es un indicio bastante revelador.
Sin embargo, una cosa es una intuición, más o menos fundamentada, y otra una conclusión derivada de una rigurosa y minuciosa cuantificación de los costes y los beneficios implicados en la construcción y la explotación de las instalaciones deportivas. Una interesante valoración de la experiencia internacional es realizada en un reciente trabajo de Bradbury, Coates y Humphreys, donde se analizan más de 130 estudios realizados desde 1970 en Estados Unidos y Canadá.
En el artículo se obtienen las siguientes conclusiones: a) los beneficios económicos tangibles (crecimiento económico, aumento de la renta y del empleo, y mayores ingresos fiscales) observados en la realidad tienden a quedar por debajo de los esperados; b) se obtiene evidencia de importantes beneficios sociales intangibles por el hecho de acoger actividades deportivas, lo que es indicativo de que los deportes de equipo producen efectos externos positivos, que, entre otros, se concretan en una mejor calidad de vida, el disfrute de servicios por los que existe una disposición a pagar, y el orgullo de pertenencia a una comunidad; c) aun incluyendo dichos beneficios intangibles, en algunos casos, la suma de los beneficios totales no llega a justificar la cuantía de las subvenciones públicas.
Ha de matizarse que muchos de los estadios analizados son de un elevado coste (más de 1.000 millones de dólares cada uno los inaugurados en 2020) y son propiedad de clubes privados, que reciben importantes aportaciones públicas. El Palacio de Deportes José María Martín Carpena es una instalación de propiedad y gestión públicas en el ámbito de la Administración municipal. Su rango de actuación excede enormemente, como es patente, el desempeño de un club de baloncesto tan importante como el Unicaja. Que yo sepa, no existe ningún análisis coste-beneficio completo de esta infraestructura deportiva emblemática de la Málaga del siglo XXI, pero me atrevería a afirmar que, de llevarse a cabo, arrojaría unos resultados con unos beneficios tangibles e intangibles que justificarían la decisión pública adoptada hace ya más de 25 años.
En el referido artículo publicado en el diario Sur el 20 de octubre de 1996 se aportaban algunos argumentos pretendidamente justificativos del proyecto de un palacio de deportes para Málaga, que -entonces se afirmaba- “reúne todas las condiciones para hacer del mismo una inversión rentable tanto económica como socialmente”. Es lo que pensaba entonces, y sigo pensando 28 años después.