El principio de continuidad en el tiempo
El otro día, conocí a Encarnita, una mujer joven de espíritu que, el próximo mes, cumplirá 104 años. Se muestra feliz y contenta, pues ha vivido mucho y su sonrisa parece transmitir que tiene toda una vida por delante. No todo el mundo tiene la misma fortuna. Cerca de ella, otras personas más jóvenes han perdido desde hace años sus referencias vitales. Puede que les quede mucho por vivir, pero se han visto despojadas de su pasado, del tiempo, de los recuerdos que forjaron sus vidas.
Una experiencia como esa nos lleva a un lugar donde todo empieza o acaba. Allí quedamos a la intemperie, desprovistos de todo tipo de sujeciones o apoyos. En esos personajes reales, de carne y hueso, sin filtros ni retoques encontramos nuestro propio retrato, que puede llegar a ser estremecedor. Tras esas vivencias me era difícil no recordar la reacción que, en su día, tuvo Lucio Ségel en relación con la supuesta primacía del “tiempo que nos queda”[1].
En esas estaba cuando, casi por azar, sale a mi encuentro el siguiente texto: “… si soy o no el que era hace veinte años, es indiscutible, me parece, el hecho de que el que soy hoy proviene, por serie continua de estados de conciencia, del que era mi cuerpo hace veinte años. La memoria es la base de la personalidad individual, así como la tradición lo es de la personalidad colectiva de un pueblo. Se vive en el recuerdo y por el recuerdo, y nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, por hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir”.
Sin necesidad de proseguir la lectura, que reserva párrafos memorables, da la impresión de que Unamuno, en su ensayo “Del sentimiento trágico de la vida”, tenía bastante claro el papel del pasado en la vida de cada persona.
[1] https://neotiempovivo.blogspot.com/2017/08/el-ser-y-el-tiempo-que-nos-queda.html